Para una gota de sangre viajar es su forma de vivir. Vivir o ser. Muchos consideran que es una fortuna este destino de crepùsculos rojos en todas las latitudes del planeta, en cada recodo, en cada rotonda, en cada órgano y sin embargo cuando viajar es la incesante cotianeidad de una máquina imparable, la belleza es difícil de percibir.
Esa es la contradicción y por cosas así comenzó mi desidia.
Una neurona con la que durante un tiempo mantuve larga comunicación epitelial,
solía decir que es el efecto de la impermanencia, ese fatum, esa irremediable
secuencia que se pierde a sí misma, que va dejando el ahora atrás, para ser
pasado y así permanentemente para no serlo.
Fui educado en el rigor y el cumplimiento, por eso ganar el
premio “Corazón y vida” fue una aspiración de años y a la vez un deseo
inconfesable, por qué premiar lo que es mi obligación. Cuando me lo dieron al
fin, no era el momento o debo decir que era un momento distinto de diástoles y
sistóles esquivas. Un día le dije a Hematí, que me sentía en una coronaria sin
retorno, preso de pensamientos y flujos que antes no había conocido, el
desapego, eso que en los días negativos llamo desidia.
Hematí no comprendió que de las tres alternativas del premio
eligiese el viaje en solitario de peregrinación. Lo consideró una ofensa, un
gesto hostil hacia ella, me lo dijo quedamente, sin poner énfasis, desde la
presión baja de su esencia: Vi el brillo de sus globulos blancos deslizarse por
su mirada transparente. Quedaron mudas sus palabras ¿Por qué no la ascensión al
craneo para una experiencia virtual inolvidable? ¿Por qué no el crucero en
trombos por las venas del Sur? ¿Por qué no la aventura en los fiordos helados
de los pies?
Quiero volver a los lugares por los que he pasado pudiendo
vivirlos sin cometido. Vivir y pasar son cosas distintas. Pasar y estar no se
condicen. Necesitaba un tiempo para mi, para escribir las dudas que esperaba resolver.
Viajé sin equipaje, sólo mi hoja reciclable y una provisión de tinta roja.
No paso nada de lo que esperaba y sin embargo sucedió todo
lo que quería que sucediese.

No quise leer más esa palabra: insuficiencia. Me trae
dolores antiguos.
El monje Labbe me invitó a descubrir la razón de mi pregunta
caminando por el fundus y en la región pilórica. Anduve entre los mocos, el
acido clorhídrico y las enzimas digestivas, subí a una loma escarpada y por
primera vez en mi vida, sentí el control pesándome en la espalda. Las
respuestas no tienen la forma que esperamos.
Desde allí partí al hígado. Esa era mi segunda etapa, iba
buscando una sanación de algo desconocido. Anoté frases sobre su color rojo
oscuro, dejé que mi cuerpo soltara sus toxinas. Hice todo lo que el libro del
Programa decía que los peregrinos debíamos hacer. Sólo en la segunda tarde me
encontré con la rabia, con una rabia sorda y escondida. No sé cuando empezó, no
sé de dónde viene, pero su dolor no me dejó dormir.
La vista del hígado desde el Este me estremeció, nunca imaginé
que fuese tan grande, a pie y sin ser empujado por el flujo tardé varios días,
los lagos de vitaminas y la fuente de glucógeno quedaron a los lados, quiero
decir que no pude concentrarme en ellos. Era sólo la rabia desconocida, la
búsqueda de una luz. Las respuestas no llegan cuando las buscamos, tenemos que
encontrarlas.
Desde ese pensamiento me vino la imagen de Hematí, la
certeza de lo que no habiamos hablado, la contundencia de lo no dicho. Por eso
decidi no escribir màs en esta hoja, volver mis pasos al principio y
simplemente poner un punto y regresar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario