I
Le costó comprender por qué cada mancha tenía un color y una
se llamaba Yugoslavia y otra Checoslovaquia y otras Rumanía o Hungría o
República Federal Alemana, por qué la que estaba a punto de caerse sobre esa boniato enorme se llamaba
España ¿Cómo podían vivir ellos allí? Le gustaba mirar el mapa coloreado, pero
no lo entendía.
¿Y que son esas líneas que los separan? Preguntó pensando en
raíles de tren, en líneas de cipreses como los del cementerio. Le dijeron
fronteras y no sabe por qué pensó que era donde quería vivir. No ser de ninguno
de aquellos polígonos de colores, vivir caminando por esa línea negra de nadie,
como un funambulista en el espacio de dos pies que caminan. Eso es, caminar,
seguir rutas por colores, hoy dormir con la cabeza sobre el suelo de Francia,
la semana siguiente en Austria, bajar a Albania, subir a Polonia y aún más a
Noruega, esos eran los países amarillos de Europa y el prefería el amarillo.
¿Por qué en los mares no había polígonos? ¿Cómo pasar de un
lado a otro de eso que llaman continentes? Los países amarillos de América eran
Chile, Brasil, Ecuador, Panamá, Nicaragua, Estados Unidos y Alaska. Se dio
cuenta de que en las aguas no podría vivir si no había fronteras. Y se puso triste o sintió una gran
disconformidad.
Era su vida, lo mismo que cuando Alicia, la compañera de
pupitre, lo miró con sus grandes ojos y
pensó que tenía que elegir, dirigir la mirada al izquierdo o al derecho y
prefirió quedarse en el entrecejo, en ese espacio anodino, no descubierto, en
el que podía acampar la mirada mientras buscaba un destino glorioso, o más bien pensó,
distinto.
De lo único que tenía certeza Fernando era de su destino
distinto, soñaba con salir en el noticiero diciendo que elegía el entrecejo o
el entreojo, para rozarlo con su nariz como en un susurro de pájaros y luego
irse a otro espacio amarillo.
En la adolescencia le llegaron preguntas inquietantes e
interesadas ¿De qué son
frontera los labios? ¿De las palabras, de los
silencios, de las respiraciones, de las estaciones secas?
En la Universidad prefería sentarse en las mesas y pensar en
lo que no quería decir el catedrático cuando decía. Después el tiempo se
aceleró. Nada fue. Terminó una carrera sin titularse, que no tenía que ver
con él, su vida discurría en horas distintas, en el bolsillo guardaba entradas
de cine y hojas de papel arrugadas, algunas tardes eran realmente polígonas. Algunas
tardes tenían líneas negras entre sus pensamientos.
II
Hoy todavía prefiere el amarillo. Ha leído en el periódico la noticia, pero sigue sentado en
el suelo de la plaza. Ella se acerca con sus zapatos descosidos, el vestido
manchado y gafas de sol de montura roja.
Podría venir de una población inmunda, sus tetas sin embargo son del barrio
alto. Viene fumando y le sonríe, le pregunta si es Fernando Carvajales, el
encuestador. Que sí, que sí y enseguida que el nombre, que la profesión, en qué
trabaja, que si se considera normal, si sabe lo que es un psicotrópico, si se
considera bipolar, si tiene desórdenes alimentarios, que si tiene episodios de
ansiedad, que si controla sus impulsos, qué manías reconoce, que si sabe lo que
es un medicamento tricíclico, qué le sugiere la palabra serotonina y la palabra
dopamina. Suena el celular y lo apaga, sigue sentado en el suelo mientras
pregunta, cuando alza la mirada para interrogar alcanza a ver el principio de los muslos.
Ella no ha dejado de sonreír mientras parece mirarle tras
los cristales café americano y le contesta, “Alicia, secretaria de dirección,
envasadora en una empresa de conservas, absolutamente normal, alguna droga para
los cambios de presión, algunos días todos lo somos, cuando estoy ansiosa, casi
siempre aunque hay cosas que no son para controlarse ¿no?, ¿Qué es eso?,
serotonina…algún calmante… dopamina para doparse.”
“¿Qué tal lo he hecho?” Le pregunta y Fernando se levanta
por fin del suelo y le dice que está conmovido por su sentido común y su
humildad. “Déjame que te quite las gafas”, dice mientras se las quita y ella
desde el arrobo de sus ojos negros murmura “¡humildad! ¡sentido común! ¿Cómo
puedes saber tanto de mí con tan pocas palabras?”. “¿Me aceptas un trago?”
Pregunta Fernando y sin que responda la toma del codo y se dirigen al barucho
de la esquina sur de la plaza.
“Siempre hay Alicias en este mundo sórdido”, va pensando, “este
mundo que no merece ser vivido, al menos por los que no somos mediocres,
Alicias que refrescan las tardes y las vuelven amarillas”. Sobre el mostrador
del bar está el periódico y ella se sorprende de la noticia. Europa convulsa: Temblores
en Francia, Albania, Polonia, Austria y Noruega en un lapso de siete horas. “Estamos
destruyendo el mundo y el mundo empieza a destruir nuestra historia” dice
Fernando para mostrar que ya sabía. “Desde luego mi historia no tiene que ver con
esos países” dice Alicia, “el mundo” le responde Fernando, “ni tampoco mi mundo”,
insiste Alicia.
Él la mira el entrecejo, siempre ha creído que
las mujeres están surcadas de rayas negras y polígonos amarillos. Se aproxima y
la besa. “¿Es por el día internacional?” pregunta ella. “No lo estropees”,
piensa él, mientras vuelve a besarla y deja distraídamente su mano entre los
pechos de Alicia. No quiere elegir. Ella
cierra los ojos y se imagina desnudándole o desdudándole, no recuerda quien le
ha hablado hoy de eso. In memorian de Eduardo Galeano