domingo, 15 de mayo de 2016

La vista del hígado desde el Este me estremeció.


Para una gota de sangre viajar es su forma de vivir. Vivir o ser. Muchos consideran que es una fortuna este destino de crepùsculos rojos en todas las latitudes del planeta, en cada recodo, en cada rotonda, en cada órgano y sin embargo cuando viajar es la incesante cotianeidad de una máquina imparable, la belleza es difícil de percibir.

Esa es la contradicción y por cosas así comenzó mi desidia. Una neurona con la que durante un tiempo mantuve larga comunicación epitelial, solía decir que es el efecto de la impermanencia, ese fatum, esa irremediable secuencia que se pierde a sí misma, que va dejando el ahora atrás, para ser pasado y así permanentemente para no serlo.

Fui educado en el rigor y el cumplimiento, por eso ganar el premio “Corazón y vida” fue una aspiración de años y a la vez un deseo inconfesable, por qué premiar lo que es mi obligación. Cuando me lo dieron al fin, no era el momento o debo decir que era un momento distinto de diástoles y sistóles esquivas. Un día le dije a Hematí, que me sentía en una coronaria sin retorno, preso de pensamientos y flujos que antes no había conocido, el desapego, eso que en los días negativos llamo desidia.

Hematí no comprendió que de las tres alternativas del premio eligiese el viaje en solitario de peregrinación. Lo consideró una ofensa, un gesto hostil hacia ella, me lo dijo quedamente, sin poner énfasis, desde la presión baja de su esencia: Vi el brillo de sus globulos blancos deslizarse por su mirada transparente. Quedaron mudas sus palabras ¿Por qué no la ascensión al craneo para una experiencia virtual inolvidable? ¿Por qué no el crucero en trombos por las venas del Sur? ¿Por qué no la aventura en los fiordos helados de los pies?

Quiero volver a los lugares por los que he pasado pudiendo vivirlos sin cometido. Vivir y pasar son cosas distintas. Pasar y estar no se condicen. Necesitaba un tiempo para mi, para escribir las dudas que esperaba resolver. Viajé sin equipaje, sólo mi hoja reciclable y una provisión de tinta roja.

No paso nada de lo que esperaba y sin embargo sucedió todo lo que quería que sucediese.

Siempre quise estar en el Triángulo de Traube, pasearlo sin prisa, respirar ese tibio relente del segundo cerebro del planeta, bañarme en las termas gástricas. La primera parada fue el estómago. Eso quiero decir, esa gran boca, esa región trabajadora y dolorosa. Fui directamente al Monasterio del quimo sólo llevaba una pregunta doble ¿Por qué tengo miedo? ¿A qué tengo miedo? Y el monje se puso a escribir en los pliegues de mucosa “porque lo tienes, porque todos nos tememos, porque no queremos ser insuficientes”
No quise leer más esa palabra: insuficiencia. Me trae dolores antiguos.

El monje Labbe me invitó a descubrir la razón de mi pregunta caminando por el fundus y en la región pilórica. Anduve entre los mocos, el acido clorhídrico y las enzimas digestivas, subí a una loma escarpada y por primera vez en mi vida, sentí el control pesándome en la espalda. Las respuestas no tienen la forma que esperamos.

Desde allí partí al hígado. Esa era mi segunda etapa, iba buscando una sanación de algo desconocido. Anoté frases sobre su color rojo oscuro, dejé que mi cuerpo soltara sus toxinas. Hice todo lo que el libro del Programa decía que los peregrinos debíamos hacer. Sólo en la segunda tarde me encontré con la rabia, con una rabia sorda y escondida. No sé cuando empezó, no sé de dónde viene, pero su dolor no me dejó dormir.

La vista del hígado desde el Este me estremeció, nunca imaginé que fuese tan grande, a pie y sin ser empujado por el flujo tardé varios días, los lagos de vitaminas y la fuente de glucógeno quedaron a los lados, quiero decir que no pude concentrarme en ellos. Era sólo la rabia desconocida, la búsqueda de una luz. Las respuestas no llegan cuando las buscamos, tenemos que encontrarlas.


Desde ese pensamiento me vino la imagen de Hematí, la certeza de lo que no habiamos hablado, la contundencia de lo no dicho. Por eso decidi no escribir màs en esta hoja, volver mis pasos al principio y simplemente poner un punto y regresar.

jueves, 12 de mayo de 2016

Se apellidaba Guevara



Ella debía tener un par de años mas que yo, vino muy lentamente desde la puerta con desgana, se paró junto a una mesa vacía y tomó una servilleta de papel. Escribió muy rápido sobre ella, luego llegó hasta el fondo, sentí que miraba lo que estaba haciendo y entró en el baño. Salió oliendo a un agua de colonia conocida. En esa época no reconocía la marca de ninguna, salvo la lavanda inglesa de Gal. Volví a sentir que me observaba mientras se dirigía al centro del café. El camarero cojo parecía conocerla, le preguntó con afabilidad, ella miraba para todas partes. No era especialmente atractiva, Hubiera dicho que vulgar, si no fuera por ese halo de despiste, desgana, desorientación o desaliño con bufanda. Sólo me salieron palabras empezadas por des.

Yo venía algunas veces a preparar la clase tomando un cortado doble, César, el camarero de pelo blanco sabía como me gustaba, el punto exacto de leche, las pastas de almendra, a eso incorporaba alguna pregunta sobre la última película que había visto y yo a él sobre la alineación de la Cultural y Deportivo Leonesa. A esa hora de la tarde quedaban mesas libres en la cafetería Rey Ordoño,  yo me sentaba al final del salón y escribía las líneas que iba a seguir.

Avanzó de nuevo hasta mi mesa y se paró delante

-       ¿Te molesta si me siento aquí?
-       No- le dije
-       Este suele ser mi sitio, me sabe mejor la leche con canela
-       Está bien, no espero a nadie
-       Que triste debe ser eso para un hombre

Levanté los ojos de mis apuntes, era una frase para anotar en el cuaderno azul, pero no lo había traído.

-       ¿Por qué para un hombre?
-       Siempre requerís más compañía, más abrigo, pero no me interesa mucho hablar de esto
-       Tú lo citaste…

Seguí escribiendo la tabla de tres columnas que quería poner en la pizarra. En realidad le iba a decir a García Alonso que la pusiera él mientras yo hacía las fotocopias de los ejercicios y contaba las hojas de programación que iba a pasar a cada alumno.

-      
¿Qué haces? Tienes una letra diminuta- me preguntó
-       Preparo el guión de la clase que voy a hacer esta tarde
-       ¿Eres profesor?
-      
-       ¿De qué?
-       De Estructura de la Información
-       Eso me suena también a fantasía masculina, la información no tiene estructura y, a veces, ni pies ni cabeza ¿Eres periodista?
-       No, no tiene que ver con eso, doy clases de Informática y hoy tengo esta  asignatura, porque la información sí tiene estructura y además es estructurable.
-       La verdad es que no me interesa hablar de eso…
-       Tú preguntaste

Estaba arrepentido de haberle dicho que se sentara. Miré a la barra, había una fuente de mantecados de Astorga. Entraron dos tipos con gabardina; uno llevaba una frondosa barba negra como yo. Ella se volvió intuitivamente y al verlos bajó la cabeza disimulando, como si estuviera muy interesada por lo que estaba escribiendo. Sin levantarla se puso de pie y volvió al baño . Los tipos preguntaron a la chica de la caja y ella miró en círculo y les estuvo negando algo.

Cuando regresó del baño, le pregunté su nombre.

-       Me llaman Guevara
-       ¿y Guevara es nombre de mujer por acá?
-       No, Guevara es apellido, pero me llaman Guevara
-       Y cuando nadie te llama cómo te llamas
-       María Gracia Guevara para servir a Dios y a usted- y se rió burlonamente
-       ¿Conocías a los tipos que entraron?- Le pregunté
-       ¿Qué tipos?

Frecuentemente los nombres, aunque nos marquen, no nos representan, incluso pelean con nosotros, Ella no era ni María Gracia, ni Guevara y me estaba dando sueño y a la vez estaba alerta. Raro el momento. Ella, extraña.

-       Guevara si es nombre para los belicios, pero a mi me da lo mismo- dijo

Yo no tenía ni idea de quiénes eran los belicios o belisios, pero siendo un profesor y teniendo en cuenta mi edad me costó preguntárselo. Podría además haber alargado una conversación insustancial. Anoté: mirarlo en el diccionario. Podría ser que fuera algo leonés y yo en realidad era un recién llegado a la ciudad. En la noche lo busqué en mi María Moliner y pude entender el mensaje, pero no viene a cuento.

La verdad es que por hacerle la contraria le hubiera llamado María Gracia, pero Guevara me gustaba, me sonaba a montañas espléndidas, a ladrón, a revolución, aunque nada estuviera presente en ella. Sirvió para que la mirara más fijamente y descubriera una tristeza indefinida, un aire enfermizo y también una indiferencia a la vida. Solo así podemos interrumpir un momento de otro, como ella había hecho conmigo y estar ausentes al mismo tiempo. Llamé a César para ver si quería algo, jugué a adivinar que pediría leche con canela, pero pidió zarzaparrilla.

-       ¿De dónde eres?- me preguntó- porque está claro que eres forastero
-       De Madrid y ¿Tú eres de acá?
-       No, yo soy del mar. A ti se te nota la tierra, el interior, la meseta ¿No te lo han dicho antes?
-       La verdad es que no. ¿Y de qué mar? Si es que esa es la pregunta que viene ahora
-       Soy cantábrica
-       Guevara la cantábrica
-       Guevara, un apellido simplemente, no hace falta más ¿No te parece?

Sentí que mi clase de Estructura de la información peligraba, la definición de archivos, campos y datos, las estructuras lineales o indexadas, los indicadores y la accesibilidad. Guevara se puso a hablar de los colores del agua de las  distintas playas, del efecto de volver al comienzo y regresar, como las olas, del olor de nuestros orígenes, del poder de serenidad de las mareas, de inmensidades y horizontes.
-       ¿Conoces el mar, por supuesto?- Me preguntó de golpe
-       Solo he estado tres veces, aunque no lo creas y las tres veces en una playa de Valencia.
-       Y sin embargo das clases de esa cosa de la información, ¡Qué raro es el mundo!. No se puede explicar la vida sin el mar. Al verte me pareciste más interesante.

Si hubiera tenido unos ojos negros destellantes o unos ojos verdes de misterio, seguramente se habría despertado el seductor enmascarado y le hubiera dicho que tal vez el auténtico mar estaba en mi interior, pero no dije nada, volví a mirar mi cuaderno  y las figuras geométricas del organigrama que iba a explicar aún en blanco..


Guevara se levantó volviendo a dirigirse al baño, pero se detuvo un momento y me miró, tuve la sensación que me decía ¡Vente! con sus ojos simplemente castaños. No pronunció palabra pero yo vi el “vente” en sus ojos, un movimiento de la mano, un vaivén impreciso. Frente a la puerta del baño, estaba entreabierta la puerta de una despensa oscura. Me fijé en el pecho de Guevara, debo reconocer que ese es un factor decisivo en mis elecciones, la bufanda no dejaba presentir su forma, pero sin verlo supe que tampoco cabía esperar más dunas que las de una playa desierta. Seguí con mis apuntes.

Cuando volvió yo estaba guardando el cuaderno y las hojas del guión en mi cartera marrón.

-       ¿Dónde das tu clase?
-       El lugar se llama STIM, está junto a la cárcel vieja
-       Te acompaño, me gusta caminar hacia esa zona
-       Pero…
-       Me hace falta caminar, imaginarme las playas de Langre y el Puntal. Pensar que voy a Somo.
-       ¿Esas son las que te gustan?
-       La que más, la preferida, es la playa de Oyambre. Si puedes ve a conocerla. El Mediterráneo es la clase media de los mares burgueses, si quieres ver lo auténtico, vete a Oyambre

Nos despedimos en la puerta de la Academia, me dio las gracias por escucharla. Tal vez en otro momento nos encontraríamos en el Rey Ordoño

-       Sobre todo si te sientas en mi mesa- me dijo- ¿A que hora sales?
-       Muy tarde tengo 4 horas seguidas de clase. Son dos grupos.

En la esquina me pareció ver a los dos tipos del café fumando tabaco negro. Me despedí.

García Alonso se sorprendió de que llegara tan justo de hora y más cuando le dije que ganara algo de tiempo contándoles algún mensaje de nuestra central de Madrid, porque me faltaba terminar unos ejemplos.

En el descanso uno de los alumnos más jóvenes, Riego, me dijo que había visto a la Guevara en la puerta. Él la conocía, era una chica rara que vivía en la Virgen del Camino. Se sorprendió de que fuera mi amiga.
-       No es mi amiga, Riego, la acabo de conocer
-       Anda, anda- me sonrió con complicidad- Parece que mosquita muerta como se ve luego es una fiera

A la salida tuve el pálpito de que podía seguir esperando. Me demoré todo lo que pude. No estaba y emprendí mi camino de vuelta, necesitaba dormir.

Oo0oO


Algo así fue lo que le conté a la pareja de la policía cuando me llamaron después que encontraron su cuerpo flotando en el Bernesga. No habían signos de violencia, tampoco dejó ninguna carta anunciando un suicidio. Yo era la última persona con la que había hablado, suponían que podría tener algo que ver o al menos que en sus palabras hubiera algún mensaje que les diera una pista. Repasé cada momento, cada palabra. Vete a Oyambre. Tal vez fuera eso.
El de la barba negra me estuvo llamando durante un tiempo, volviéndome a hacer las mismas preguntas. Un día terminamos en el “barrio húmedo” tomando unos vinos. Casi le convencí que se matriculara en el curso. No sé que haría, terminado el trimestre regresé a Madrid. De eso ha pasado ya mucho tiempo.




Con los años me he preguntado por la miseria de morir ahogada en un río siendo una mujer del mar.

Me acuerdo de Guevara cuando voy al Cantábrico, muchas de sus palabras serían las mismas con las que yo explicaría hoy a un desconocido qué es el mar, qué vínculo nos une, qué caricia de algas, qué peces nos persiguen en la vida. Si, eso, qué es el mar.


Nunca entenderé tampoco que ese desaliño con bufanda pueda estar aquí, envuelta en mis pensamientos, mientras escudriño el horizonte y llegan gotas de agua en la brisa de Oyambre.