Ella debía tener un par de años
mas que yo, vino muy lentamente desde la puerta con desgana, se paró junto a
una mesa vacía y tomó una servilleta de papel. Escribió muy rápido sobre ella,
luego llegó hasta el fondo, sentí que miraba lo que estaba haciendo y entró en
el baño. Salió oliendo a un agua de colonia conocida. En esa época no reconocía
la marca de ninguna, salvo la lavanda inglesa de Gal. Volví a sentir que me
observaba mientras se dirigía al centro del café. El camarero cojo parecía
conocerla, le preguntó con afabilidad, ella miraba para todas partes. No era
especialmente atractiva, Hubiera dicho que vulgar, si no fuera por ese halo de
despiste, desgana, desorientación o desaliño con bufanda. Sólo me salieron
palabras empezadas por des.
Yo venía algunas veces a preparar
la clase tomando un cortado doble, César, el camarero de pelo blanco sabía como
me gustaba, el punto exacto de leche, las pastas de almendra, a eso incorporaba
alguna pregunta sobre la última película que había visto y yo a él sobre la
alineación de la Cultural y Deportivo Leonesa. A esa hora de la tarde quedaban
mesas libres en la cafetería Rey Ordoño,
yo me sentaba al final del salón y escribía las líneas que iba a seguir.
Avanzó de nuevo hasta mi mesa y
se paró delante
-
¿Te molesta
si me siento aquí?
-
No- le dije
-
Este suele
ser mi sitio, me sabe mejor la leche con canela
-
Está bien,
no espero a nadie
-
Que triste
debe ser eso para un hombre
Levanté los ojos de mis apuntes,
era una frase para anotar en el cuaderno azul, pero no lo había traído.
-
¿Por qué
para un hombre?
-
Siempre
requerís más compañía, más abrigo, pero no me interesa mucho hablar de esto
-
Tú lo
citaste…
Seguí escribiendo la tabla de
tres columnas que quería poner en la pizarra. En realidad le iba a decir a
García Alonso que la pusiera él mientras yo hacía las fotocopias de los
ejercicios y contaba las hojas de programación que iba a pasar a cada alumno.
-
¿Qué haces?
Tienes una letra diminuta- me preguntó
-
Preparo el
guión de la clase que voy a hacer esta tarde
-
¿Eres
profesor?
-
Sí
-
¿De qué?
-
De
Estructura de la Información
-
Eso me suena
también a fantasía masculina, la información no tiene estructura y, a veces, ni
pies ni cabeza ¿Eres periodista?
-
No, no tiene
que ver con eso, doy clases de Informática y hoy tengo esta asignatura, porque la información sí tiene
estructura y además es estructurable.
-
La verdad es
que no me interesa hablar de eso…
-
Tú
preguntaste
Estaba arrepentido de haberle
dicho que se sentara. Miré a la barra, había una fuente de mantecados de
Astorga. Entraron dos tipos con gabardina; uno llevaba una frondosa barba negra
como yo. Ella se volvió intuitivamente y al verlos bajó la cabeza disimulando, como
si estuviera muy interesada por lo que estaba escribiendo. Sin levantarla se puso
de pie y volvió al baño . Los tipos preguntaron a la chica de la caja y ella
miró en círculo y les estuvo negando algo.
Cuando regresó del baño, le
pregunté su nombre.
-
Me llaman
Guevara
-
¿y Guevara
es nombre de mujer por acá?
-
No, Guevara
es apellido, pero me llaman Guevara
-
Y cuando
nadie te llama cómo te llamas
-
María Gracia
Guevara para servir a Dios y a usted- y se rió burlonamente
-
¿Conocías a
los tipos que entraron?- Le pregunté
-
¿Qué tipos?
Frecuentemente los nombres,
aunque nos marquen, no nos representan, incluso pelean con nosotros, Ella no
era ni María Gracia, ni Guevara y me estaba dando sueño y a la vez estaba
alerta. Raro el momento. Ella, extraña.
-
Guevara si
es nombre para los belicios, pero a mi me da lo mismo- dijo
Yo no tenía ni idea de quiénes
eran los belicios o belisios, pero siendo un profesor y teniendo en cuenta mi
edad me costó preguntárselo. Podría además haber alargado una conversación
insustancial. Anoté: mirarlo en el diccionario. Podría ser que fuera algo
leonés y yo en realidad era un recién llegado a la ciudad. En la noche lo
busqué en mi María Moliner y pude entender el mensaje, pero no viene a cuento.
La verdad es que por hacerle la
contraria le hubiera llamado María Gracia, pero Guevara me gustaba, me sonaba a
montañas espléndidas, a ladrón, a revolución, aunque nada estuviera presente en
ella. Sirvió para que la mirara más fijamente y descubriera una tristeza
indefinida, un aire enfermizo y también una indiferencia a la vida. Solo así
podemos interrumpir un momento de otro, como ella había hecho conmigo y estar
ausentes al mismo tiempo. Llamé a César para ver si quería algo, jugué a adivinar
que pediría leche con canela, pero pidió zarzaparrilla.
-
¿De dónde
eres?- me preguntó- porque está claro que eres forastero
-
De Madrid y ¿Tú
eres de acá?
-
No, yo soy
del mar. A ti se te nota la tierra, el interior, la meseta ¿No te lo han dicho
antes?
-
La verdad es
que no. ¿Y de qué mar? Si es que esa es la pregunta que viene ahora
-
Soy
cantábrica
-
Guevara la
cantábrica
-
Guevara, un
apellido simplemente, no hace falta más ¿No te parece?
Sentí que mi clase de Estructura
de la información peligraba, la definición de archivos, campos y datos, las
estructuras lineales o indexadas, los indicadores y la accesibilidad. Guevara
se puso a hablar de los colores del agua de las
distintas playas, del efecto de volver al comienzo y regresar, como las
olas, del olor de nuestros orígenes, del poder de serenidad de las mareas, de
inmensidades y horizontes.
-
¿Conoces el
mar, por supuesto?- Me preguntó de golpe
-
Solo he
estado tres veces, aunque no lo creas y las tres veces en una playa de
Valencia.
-
Y sin
embargo das clases de esa cosa de la información, ¡Qué raro es el mundo!. No se
puede explicar la vida sin el mar. Al verte me pareciste más interesante.
Si hubiera tenido unos ojos
negros destellantes o unos ojos verdes de misterio, seguramente se habría
despertado el seductor enmascarado y le hubiera dicho que tal vez el auténtico
mar estaba en mi interior, pero no dije nada, volví a mirar mi cuaderno y las figuras geométricas del organigrama que
iba a explicar aún en blanco..
Guevara se levantó volviendo a
dirigirse al baño, pero se detuvo un momento y me miró, tuve la sensación que
me decía ¡Vente! con sus ojos simplemente castaños. No pronunció palabra pero
yo vi el “vente” en sus ojos, un movimiento de la mano, un vaivén impreciso.
Frente a la puerta del baño, estaba entreabierta la puerta de una despensa
oscura. Me fijé en el pecho de Guevara, debo reconocer que ese es un factor
decisivo en mis elecciones, la bufanda no dejaba presentir su forma, pero sin
verlo supe que tampoco cabía esperar más dunas que las de una playa desierta.
Seguí con mis apuntes.
Cuando volvió yo estaba guardando
el cuaderno y las hojas del guión en mi cartera marrón.
-
¿Dónde das
tu clase?
-
El lugar se
llama STIM, está junto a la cárcel vieja
-
Te acompaño,
me gusta caminar hacia esa zona
-
Pero…
-
Me hace
falta caminar, imaginarme las playas de Langre y el Puntal. Pensar que voy a
Somo.
-
¿Esas son
las que te gustan?
-
La que más,
la preferida, es la playa de Oyambre. Si puedes ve a conocerla. El Mediterráneo
es la clase media de los mares burgueses, si quieres ver lo auténtico, vete a
Oyambre
Nos despedimos en la puerta de la
Academia, me dio las gracias por escucharla. Tal vez en otro momento nos
encontraríamos en el Rey Ordoño
-
Sobre todo
si te sientas en mi mesa- me dijo- ¿A que hora sales?
-
Muy tarde
tengo 4 horas seguidas de clase. Son dos grupos.
En la esquina me pareció ver a
los dos tipos del café fumando tabaco negro. Me despedí.
García Alonso se sorprendió de
que llegara tan justo de hora y más cuando le dije que ganara algo de tiempo
contándoles algún mensaje de nuestra central de Madrid, porque me faltaba
terminar unos ejemplos.
En el descanso uno de los alumnos
más jóvenes, Riego, me dijo que había visto a la Guevara en la puerta. Él la
conocía, era una chica rara que vivía en la Virgen del Camino. Se sorprendió de
que fuera mi amiga.
-
No es mi
amiga, Riego, la acabo de conocer
-
Anda, anda-
me sonrió con complicidad- Parece que mosquita muerta como se ve luego es una
fiera
A la salida tuve el pálpito de
que podía seguir esperando. Me demoré todo lo que pude. No estaba y emprendí mi
camino de vuelta, necesitaba dormir.
Oo0oO
Algo así fue lo que le conté a la
pareja de la policía cuando me llamaron después que encontraron su cuerpo
flotando en el Bernesga. No habían signos de violencia, tampoco dejó ninguna
carta anunciando un suicidio. Yo era la última persona con la que había
hablado, suponían que podría tener algo que ver o al menos que en sus palabras
hubiera algún mensaje que les diera una pista. Repasé cada momento, cada
palabra. Vete a Oyambre. Tal vez fuera eso.
El de la barba negra me estuvo
llamando durante un tiempo, volviéndome a hacer las mismas preguntas. Un día
terminamos en el “barrio húmedo” tomando unos vinos. Casi le convencí que se
matriculara en el curso. No sé que haría, terminado el trimestre regresé a
Madrid. De eso ha pasado ya mucho tiempo.
Con los años me he preguntado por
la miseria de morir ahogada en un río siendo una mujer del mar.
Me acuerdo de Guevara cuando voy
al Cantábrico, muchas de sus palabras serían las mismas con las que yo explicaría
hoy a un desconocido qué es el mar, qué vínculo nos une, qué caricia de algas,
qué peces nos persiguen en la vida. Si, eso, qué es el mar.
Nunca entenderé tampoco que ese
desaliño con bufanda pueda estar aquí, envuelta en mis pensamientos, mientras
escudriño el horizonte y llegan gotas de agua en la brisa de Oyambre.