En la logia junto a
la cocina
Iba hacia la habitación del fondo, la que probablemente
sería de ella si hubiese aceptado trabajar puertas adentro, pero una cosa es
que hubiese llegado a trabajar como criada de esta casa tan grande, otra que su
vida se encarcelara en este lujoso apartamento de otros, Lucila siempre había
tenido las cosas claras, incluso en los tiempos de la mayor confusión. No es
contradictorio, nada lo es cuando se trata de lo humano que encuentra en la
contradicción su esencia. La única contradicción de lo contradictorio es que
siga una lógica. Llegó a donde guardaban las escobas para barrer el estropicio
que se había producido en el living cuando el que parecía tener más edad se
tropezó con la mesa temblona de los canapés y se esparcieron por el suelo que
tanto le había costado abrillantar en la mañana.
Si todavía conservara su interés por la escritura hoy sería
una noche inspiradora, le gustaba el juego de entrar en las habitaciones donde
se reunían los amigos de siempre y escuchar retazos de conversaciones, trozos
de diálogos sin conocer el contexto, imaginar que es lo que habría venido antes
y qué vendría después. El mundo es tan predecible y la vida tan desconcertante.
Esto es lo que había logrado como ganancia de su drama. Ya no quería llamarlo
drama, a pesar de su desprecio intelectual por la psicología positiva y los
libros de autoayuda, aún despreciaba más la autocompasión y sentirse víctima.
Lucila llegó al living y se excusó para que se retiraran los que estaban cerca
del mueble de los CD´s, iba a quitar los canapés de paté de no sé qué con
nueces y naranja amarga que habían quedado esparcidos por el suelo.
En la terraza
-
- ¿Cómo puedes seguir creyendo en unos tipos que
en cuanto tienen acceso al poder se reparten tarjetas opacas con la mayor
desfachatez y se forran a costa del contribuyente? Ya me carga esa cantinela
tuya de responsabilidad con la política ¿De qué estamos hablando?- comenta el
de la camisa clara.
- - Yo no creo en esos tipos, Carlos, precisamente
en esos tipos no. A mí lo que me carga es la facilidad con la que tú y la mayor
parte de la gente generaliza sin ofrecer soluciones. Eso es lo que me carga,
si- responde el que está bebiendo agua mineral con limón
- -
¿Y qué soluciones das tú, que cerremos los ojos
y confiemos?
- -
Precisamente no es eso, lo que quiero decir es
que no nos quedemos esperando, que si no nos representan tendremos que entrar
en la cancha a pelear por la pelota.
-
- ¿Yo? ¿Pero qué dices? A mí no se me ha perdido
nadie en este entierro.
- -
¿Quién pidió vino de Rioja? – pregunta ella.
-
- Yo,
Lucila- dice la chica de la minifalda de cuero negro- A ver si me coloco un poco
y dejo ya de escuchar las monsergas de estos dos.
Regresa a la cocina con ese desasosiego que le producen las
frases hechas, con la destemplanza de que no se den cuenta de cómo contribuyen
a la desesperanza ¿Qué haremos, qué harán en un mundo sin esperanza? porque yo
moriré antes que ellos.
Alguna vez ella la sintió profundamente, eran las seis en
punto de la tarde de aquel día de septiembre enseres.
Hay momentos que las palabras se rebelan de su suerte, qué puede ser más íntimo
que lo escrito por uno mismo, que más parte del ser ¿Cómo no, un enser?
cuando llegó el oficial del
juzgado con la orden de cerrar el local de la librería. No podía sacar nada que
no fueran sus enseres personales, eso le dijeron y el cajón con todos sus
escritos de sus cinco años de librera, no fueron considerados enseres
personales. El oficial leyó una página suelta de la primera carpeta del cajón,
la recitó poniendo una voz almibarada y la devolvió a la caja confirmando que
no tenían nada que ver con
¿Dos o tres whiskies con soda? No se acordaba. Prepararía
tres
En la habitación 1
Enfila el largo pasillo hacia la habitación donde duerme la
niña cuando viene, allí se han concentrado la mitad de las mujeres, ese olor a
perfumes, los tacones tan altos que alguna vez llevó, el glamour. Eran tres los
whiskies y le piden otro.
-
- Estoy sorprendida con lo que me pasa- escucha a
la señora de la casa- es una sensación de que me llegan las cosas, se
anticipan, me advierten, Bernardo le resta importancia dice que es porque le
conozco mucho y le adivino, pero el otro día fue increíble, fuimos al concierto
de Serrat, que por cierto fue maravilloso.
-
- Yo también fui – dice la mujer del escote
pronunciado- Ese hombre no envejece, juro que la próxima vez que venga compro
la primera fila. La envidia que pasé de todas las que se acercaron a regalarle
algo, a tocarle la mano, a que les firmara un Cd. Y él…
-
- Lo que os contaba, empiezan a poner micrófonos
detrás de él, micrófonos altos y Bernardo me dice, van a venir otros invitados
a cantar con él y yo, no me preguntéis por qué, digo “los niños”, ¿Qué niños?
Me pregunta Bernardo, los niños, insisto yo, y él me mira con esa cara de suficiencia
que a veces pone y me dice, qué dices, será Inti Illimani o un conjunto así y
efectivamente llega Inti Illimani, se sitúan tras los micrófonos y Serrat toma
el suyo y dice “los niños” silencio y a mí se me pone la carne de gallina,
fijaros que lo cuento y aún me pasa “los
niños, la mayor parte de los niños del mundo son pobres y la mayor parte de los
pobres del mundo son niños” dice Serrat y
empieza a cantar “Hijo
del cerro, presagio de mala muerte, niño silvestre, que acechando la acera
viene y va”, esa letra tan dolorosa de su canción ¿De dónde me vino
la palabra niños? ¿Por qué lo supe?
- Lo supiste, eso es todo, sabemos muy poco de
por qué sabemos las cosas ¿Habéis leído a Damasio? – pregunta la de la blusa
negra
-
- Si – responde la que está sentada en la cama
junto a la ventana- y no sé si conocéis lo que se está avanzando hoy en la
neurología, viene ahora un médico español que hay que leer Mario Alonso Puig. En
junio viene a Chile.
- -
Yo no, quien es
-
- Un tipo que habla de maravilla, investigador
en neurología y aprendizaje.
- - Os estáis poniendo lateras con las
explicaciones, a mí lo que me interesa es lo que le pasó a Zoe, porque si tiene
poderes tendremos que aprovecharlos- dice la de las medias negras de fantasía-
digo yo, a mí el I Ching me pronostica un año de decisiones importantes y de
pérdidas.
Pérdidas, repite para sus adentros Lucila, pérdidas y
sigue viendo las imágenes de aquella tarde, el
precinto de la puerta de su
librería, el oficio pegado sobre el escaparate comunicando que se cerraba por
Orden del Juzgado n° 1 de la Xunta gallega y el recuerdo del final de aquel
cuento de Cortázar que le llegó como un vómito de no sé dónde, de su propia
vida supone, de sus concesiones: “
En lo
alto dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La
puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto
respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en un sillón
leyendo una novela” De ese cuento admirable que ella siguió en su casa
después, en la habitación con la cama sin hacer, arrebujada entre sábanas de
una semana, y en el último instante, una palabra que llega a sus oídos, los
niños, la mano detenida en el aire, las ilusiones de una vida derritiéndose en
la vela de cera de sus sueños, y el puñal llegando hasta su propio pecho para
que la sangre corriese bajo los pies del hombre.
-
- Si tuviera poderes- escucha a la señora Zoe-
no sabría cómo aplicarlos en este mundo a la deriva
-
- No te pongas dramática, galla- dice medias
negras- son épocas, sólo eso: épocas
-
- ¿En qué época los jóvenes no creyeron que
tuvieran futuro y los adultos se arrepintieron de su pasado? – entró en la
habitación D. Bernardo.
En la cocina
Cada mes los mismos análisis, esta sensación de que todo
está perdido, una palabra tras otra, el lenguaje sofisticado de quienes no
tienen frío, hablan de los que no tienen voz, pero no los conocen, era más
interesante cuando hablaban de aquella mujer que descubrió al volver de
enterrar a su marido que en el bolsillo de atrás del pantalón del traje negro
que le sirvió de mortaja se habían quedado las llaves de la casa, se quedó en
silencio, después ordenó cambiar la cerradura, no sabemos nada de lo que pueden
hacer los muertos, después de cambiarla reconsideró la decisión y dejó las
cosas como estaban, no sabemos nada de lo que podemos sentir los vivos si los
muertos regresaran. Manuel Vicent decía que esa era una historia de su abuela.
La escribió incluso.
En esta distancia de la cocina sólo cabe mi soledad y esa
soledad puedo imaginarme que hay una esperanza que yo no veré. Pensaba Lucila.
-
- Un vaso de agua por favor- le pidió el señor
silencioso del traje gris- y si es tan amable me indica dónde está el servicio.
-
- Aquella puerta de color azul
-
- Gracias
Al salir el hombre se volvió a asomar mientras Lucila leía
un artículo de Fernando Savater sobre el principio de incertidumbre de
Heisenberg y sonreía, él permaneció en silencio para verla, ella musitó: “Y quizá tampoco ninguno de nosotros sepa
determinar juntamente dónde está y a dónde va en este mundo hermoso y atroz.”
Volvió la cabeza y lo miró.
-
- ¿Deseaba algo?
-
- Saber dónde duermen los niños ya es tarde y
vamos a marcharnos
Lucila le alargó el periódico
-
- - Lea esto, le gustará, usted tiene aire de físico
El hombre no supo reaccionar, extendió la mano, ella se
imaginó que se sentaba en un sillón y que ese otro que venía de los parques se
acercaba por detrás, el cuchillo en la mano, su librería precintada, las voces
discutiendo de política como quien habla de futbol, los canapés de colores en
el suelo de madera, la vida tan bella y tan atroz
-
- Mejor sería que no despertaran a los niños- dijo
Lucila en voz muy baja.
Y volvió a enfilar el largo pasillo hasta las voces y el
silencio de las palabras.