domingo, 10 de abril de 2016

Aquel año el seis de abril


Fue apenas un fulgor, una brizna metálica, el viento doméstico que produce el cierre apresurado de una puerta. No puede describirlo como dolor, se pareció mas a la sensación de un trompetista al ver a un espectador morder medio limón al iniciar el Capricho nº 24 de Paganini. Luego sintió el escozor y una sensación caliente en la garganta. En el horizonte se estremecieron los colores.

Aquel año, el 6 de abril cayó en Lunes, tal vez hubiese ocurrido lo mismo si hubiese sido en Martes. El semanario es una suerte de espiral predestinada que nos va llevando a recorrer el ángulo distinto de que los días tengan un nombre u otro, como si los nombres del tiempo pudieran cambiarlo, añadir un sesgo especial o quitarle saña a un movimiento. Hoy ya no le produce ninguna curiosidad.  En 1.949 cayó en Miércoles también, como hoy. La eternidad nos lleva a repetirnos, en eso pierde parte de su brillo.

Tras el escozor, Gervasio sintió el líquido denso desbordarse, vio la navaja teñida por su sangre. Esa fue su primera muerte. Siempre guardará un recuerdo especial de ese momento. Una primera muerte es un suceso muy personal y único. Ya ha olvidado las circunstancias que rodearon al crimen. El sentimiento de víctima se ha llenado de polvo, es sólo una escena,  el viento doméstico que produce el cierre de una puerta de madera de cerezo. Necesita precisarlo.

No sabe por qué recuerda que la madera de cerezo absorbe bien todas las tinturas. Tampoco le importa mucho. Buscar las razones ya no tiene sentido, sólo es una medida de la arrogancia que las muertes que se amontonan van quitando.



Gervasio Plaza va a entrar en el quirófano, para esto tiene importancia el apellido, requerían que su ficha médica estuviese completamente rellena. Le han diagnosticado un cáncer terminal de páncreas. No tiene ningún sentido operarse, pero nunca ha muerto en la mesa de un quirófano, de una forma profesional, médica, higiénica, certificable. Esta es su oportunidad, son excentricidades a las que nos lleva la repetición de los hechos, la necesidad de que en alguna medida sea distinto. Quiere anotar esas curiosidades, después nunca sabemos lo que vamos a recordar.

En la cortina de la habitación estuvo toda la mañana detenida una polilla. La ha estado mirando mientras su familia le daba ánimos. Podemos encontrar la quietud en lo más cotidiano e insólito. ¿Qué es la vida de una polilla, qué secreto encierra?

Al menos no caerá en el error de esperar lo que no tiene esperanza. La eternidad te hace saber que lo único esperable es la circularidad que vuelve y se repite, el tedio de una observación sin otro placer que encontrar lo que el cansancio de otra vida no te permitió. Van quedando pocas cosas, piensa, aunque también podría pensar que no tiene ninguna base para pensarlo. No es fácil decidir si se puede creer en algo o no creer en nada. Tal vez por eso volvemos. Sí, tal vez por eso.

Ramón Sirera le toma la mano fingiendo una complicidad indolora. Gervasio hace el esfuerzo de creerle. Desde el dintel de la puerta de la habitación su hija le mira desde las gafas ahumadas. La polilla vuela a la ventana y choca torpemente con el vidrio sucio después de la tormenta de ayer. La vida está siempre en la ventana de la muerte.

Cuando Ramón pidió que apagaran la televisión como si fuera una falta de respeto tenerla encendida ante un moribundo, el Presidente de Colombia decía que es fácil ser líder en un país en guerra, lo difícil es serlo en los tiempos de paz.

¿Cuándo te quise más- piensa, mirando a su hija- en los tiempos de guerra o en los tiempos de paz? ¿Cuándo me fue más fácil ser tu padre? Gervasio le dice adiós desde sus ojos sin expresión, cuando una mujer a la que no amó  empuja la camilla. Edith, su hija, le toma la mano y se conmueve. Gervasio sabe que va a seguir encontrándose con ella, que ya no será de nuevo la que lleve un cuchillo, la que cierre una puerta, la que lloré después desconsoladamente. Todo eso ya no volverá. En cada vuelta varias escenas no regresan. Las de 1.949 estarán llegando a otras eternidades, desoladas ante la propia lentitud de su relato.

Ya sobre la mesa fría estrellas negras y voraces. Esa sensación de estar borrándose, de ir soltando las amarras de una historia. Por un momento desaparecen todas las muertes y sus vidas, pero sabe que es sólo la oscuridad que precede a otra muerte: esa luz, esa luz infinita.Luego vendrán las primeras sombras del hastío.



Primera foto de © Josh Adamski 




 

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