domingo, 17 de julio de 2016

Dos ratas apareándose





En otros tiempos en la habitación vivían arrendadas Pirula y su hija Rosina. De eso hace muchos años. Ahora es su dormitorio, en realidad su mundo. Parece dormido recostado hacia la pared. Tose cuando me acerco y vuelve la cara hacia mí.

  • -       Viniste finalmente…pensé que os habíais ido a Toledo.
  • -       Fuimos y vinimos, ahora en el tren no se tarda nada ¿Cómo te sientes?
  • -       Ya no me siento y es mejor así porque hay días que me duelen todas las articulaciones y hasta el tuétano de los huesos me duele
  • -       Es que ya no te levantas y si sigues así cada vez va a ser peor.
  • -       ¿Peor? A los 95 años no hay nada peor o todo es peor. Esta desgana es ya peor. El sinsentido de los días. Tendríamos que tener un interruptor y apagarlo cuando pasan los años, cuando dejó de interesarte la vida.
  • -       No digas eso, cómo no te va a interesar la vida. Están tus nietos.
  • -       Si, me alegro que estén, pero no es suficiente. No pretendo que me entiendas. No entendemos a quienes están más cerca de la muerte que de la vida. Está bien que así sea, no se podría vivir con la sospecha.
  • -       ¿Quieres que te traiga un café con leche?
  • -       Pregúntale a tu madre.
  • -       Tú sabrás si quieres.
  • -       ¡Ay! ya ni siquiera eso. Hay que saber si puedo. Por suerte no me apetece casi nada. A veces pienso en un caldo de pollo con una yema de huevo y me viene una nostalgia al estómago.
  • -       ¿Y puedes?
  • -       Depende de tu madre o de tu hermana que cada vez manda más
  • -       Supongo que dependerá de la medicación
  • -       ¿Y quien decide la medicación si ya no quiero vivir? A veces me dan el caldo y ni siquiera me termino el tazón. Pienso en un buen queso manchego, pero pronto me canso si me dan un trozo y anteayer soñé con que me tomaba en un bar de Almería un chato de vino con una sardina arenque. Y tengo claro que ya no comeré nunca una sardina arenque de barril.


  • -       ¿Pero las venden?
  • -       Tú sabrás, yo no piso la calle desde hace dos años.
  • -       No refunfuñes, he venido a proponerte algo, quiero que conversemos sobre tu vida. No sé si vendremos en Navidad a Madrid y quisiera empezar a escribir sobre tus recuerdos. Hay muchas cosas de las que nunca hemos hablado.
  • -       Yo tampoco vendría a Madrid si viviese en América, no con este Presidente que vuelve a hablar del pasado, que trae ese lenguaje de la guerra y el tocino rancio. Aznar…asnar es lo que hace.
  • -       Voy a traer un cuaderno para anotar. Espérame.
  • -       No puedo hacer otra cosa. Eres tú el que parece que ya tienes poca esperanza de verme vivo.
  • -       No empieces, recuerda cuando a los 60 años empezaste a celebrar con las Catalinas que ya eran los últimos chocolates con picatostes que te quedaban.

Cuando regreso a la habitación la puerta se ha ido cerrando y sólo hay un resquicio de luz por el que
puedo  volver a ver a Rosina vistiéndose, poniéndose unas medias negras, me llega esa imagen perturbadora de sus piernas, que causó en el niño que fui la primera revolución del cuerpo. Me distraigo de nuestra conversación. Me siento en la cama contigua. Tú me miras, yo pongo la mano en tu cabeza, acaricio tu frente y acaricio tus rizos blancos.
  • -       ¿De qué me estabas hablando? Ya se me olvidan las cosas. Fíjate qué curioso ahora lo que recuerdo mejor son mis conversaciones con San Pedro, es un buen tipo. Reconozco que me tiene sorprendido.
  • -       ¿Qué San Pedro?
  • -       El único, el de las llaves, el que decide si entras o no entras y pásmate, que ninguno de esos meapilas que defiende tu madre están allí.
  • -       ¿Y cómo sabes eso?
  • -       Se me aparece en la pared, me dice que esté tranquilo, que con todos mis errores he sido un hombre bueno y eso es lo que cuenta. No quise el mal de nadie.
  • -       Pero bien que lo celebraste cuando murió Franco.
  • -       Bueno el no era nadie para mí.
  • -       Al contrario, le diste todo el poder para que arruinase tu vida.
  • -       Dejemos eso…Tú no lo sabes, pero San Pedro también fue comunista por eso Jesús le dejó a cargo del partido.
  • -       Dejemos eso, sí. Quiero pedirte algo ¿Qué mensaje quieres que le lleve a tus nietos?
  • -       ¿A mis nietos?
  • -       Si, acuérdate, que ahora ellos están allá conmigo.
  • -       Pues, que les deseo que tengan mucha suerte en la vida. Eso es lo que yo les deseo, que tengan mucha suerte. Y trabajo, con trabajo se tiene suerte. Y rectitud, con rectitud uno es feliz.
  • -       ¿Tuviste tú suerte?
  • -       Pues sí. Si tuve suerte, aunque tú me hayas dicho tantas veces que viví en la amargura. La verdad es que yo he tenido muchos momentos de suerte. ¿Le preguntaste a tu madre si podía tomarme un cafelito con leche? Díselo tú que a ti te hará más caso
  • -       Si, pero dime antes ¿Cuál fue un momento de suerte para ti?
  • -       Por ejemplo conocer al Teniente Baena. El fue una buena persona y se fijó en mi. Me tuvo consideración y me mandó a Albacete. Si no me hubiera mandado a Albacete no hubiera sido nunca capitán de la República. Y la verdad es que ser capitán supuso muchas cosas para mi. Al estar en la Intendencia me libré de lo peor de la guerra. No tuve que disparar un tiro, no tuve que sentir que otra persona perdiera la vida por mi mano. No sé si hubiera podido resistirlo. Sentir correr una sangre caliente y roja provocada por mí.
  • -       ¿Te hubieras mareado como yo?
  • -       Hubiera sentido que yo también era parte de la destrucción… El teniente Baena me dio una cometido. Además tuve la oportunidad de conocer a un buen hombre y eso es siempre un regalo en la vida. Él se preocupaba por la gente, al final son pocos los que se preocupan de verdad por la gente. Y fíjate que no era marxista, que sólo creía en la República y en que todos tenemos derecho a una vida digna.


Salgo a la cocina y preparo yo mismo un café con leche, al regresar mi madre en la sala de estar enarca las cejas y musita “ya te ha convencido”. Le digo que he sido yo el que le he convencido. Otra vez la puerta se ha entornado sola. Ya no puedo ver la silueta de Rosina, los años dejan los recuerdos pendientes de un hilo, un hilo frágil, un hilo casi siempre invisible.

  • -       Gracias hijo, esto aún me gusta. El café, el caldo con huevo, el queso y el pan tierno, eso es lo que va quedando.
  • -       ¿El teniente Baena representa la suerte en tu vida?

  • -       Pues si… han habido otros muchos momentos de suerte, pero ese fue importante. La vida está llena de recuerdos que te sorprenden y lo curioso cuando se tiene mi edad es que te quedan algunos detalles, como hilos enredados en el árbol de la memoria. Eso es lo que queda al final, destellos, trozos insignificantes. San Pedro, por ejemplo tiene el mismo rostro de un retrato de esos que os daban en la Iglesia de los dominicos… estampas, no me salía el nombre.
  • -       Cuéntame más.
  • -       Recuerdo que cuando yo estaba en la Base Aérea de Cuatro Vientos… como si lo viese ahora mismo. Chiquillo que asombro me causa lo que me viene a la memoria. Recuerdo que dos ratas se apareaban en un rincón del cuarto. Entre tanto miedo, en medio del ruido de los obuses y la metralla. Un macho y una hembra copulando ajenos a todo ¿A cuento de qué me queda a mi ese recuerdo cuando no va quedando nada?
  • -       Es hermoso escucharlo.
  • -       Eso les puedes decir a mis nietos que se fijen en los detalles, esos que cuando los vives te parecen insignificantes y son los que después se te quedan ahí y los puedes ver con una claridad... mejor que te veo a ti ahora mismo.
  • -       Tal vez tenga que ver con el amor, con la indiferencia a la guerra, con la paradoja que representa. No me estás escuchando.
  • -       Se pierde uno en estas cosas. Hacía años que no me venía esa imagen.
 
Termina de un sorbo su café y mira a la pared blanca. Yo miro a la cama contigua.
  • -        ¿Y dirías que has sido feliz?
  • -       Si... si.. no cabe duda. Yo he sido feliz. La vida es prodigiosa... Con San Pedro lo hablamos muchas veces. Ustedes hablan del cielo y yo me cambiaría para volver a la tierra, suele decirme. Yo le hago notar que el Jefe le puede amonestar y el me dice que el Jefe es un tipo humilde, que incluso siendo yo ateo se sentaría conmigo a beberse unas copitas de Jerez.
  • -       Veo que no quieres seguir por la felicidad ¿Y que te pareció el afeitado de anteayer? ¿Qué te pareció la experiencia de ser afeitado por tu hijo?
  • -       Bien. Si... me gustó. Ten en cuenta que yo tengo distinciones, como tú dices, que fui aprendiz de barbero. Me acuerdo muchas veces del tiempo de la barbería, hasta me acuerdo del nombre de los clientes y del señor Manolico, que me enseñaba. De forma que yo de afeitados entiendo.
  • -        A mi también me gustó, papá. Me gustó mucho afeitarte
  • -       Tus sobrinos me afeitan de vez en cuando. Con Juanjo me río. Siempre está de guasa el jodío niño. Me estoy cansando, sabes.
  • -       Bueno, descansa, luego vendré a darte un beso para despedirme, pero quería que le dijeras algo a tu nietos y decirte que soy un hombre de suerte. Yo tengo suerte en la vida. Como tu me decías, tengo talismán. Quiero que estés tranquilo sabiéndolo.
  • -       Talismán...talismán. Uno no cree en ciertas cosas que no pasan por la razón, pero hay que creer (te quedaste callado y luego hablaste con la voz mas fuerte y rotunda) hay que creer y tú desde pequeño tuviste talismán, te encontrabas cosas por la calle, tenías facilidad para aprender, tenías suerte. Tal vez por eso abandonaste pronto las ideologías. Lo mismo, cuando menos lo esperes ves también dos ratas apareándose y tú entiendes el mensaje que yo, que no estudié, no puedo descifrar.

jueves, 7 de julio de 2016

Siempre hay dos relatos

Uno


“Él ensilló el caballo moro y se marchó del pueblo, escopeta al hombro. En sus ojos no brillaba la sed de venganza, pero sí la tristeza del nunca regresar”. Ese fue el párrafo de uno de mi cuentos, “La venganza”, del compendio “Visiones de Kachgar”. El relator  del certamen “Literatura de los parques” lo leyó para presentarme. Con ustedes Ednodio Quintero, representando a Venezuela.

El calor húmedo de Granada, la ciudad más antigua de Nicaragua, se sentía en la sala. Me llevé el pañuelo para secarme el sudor de la frente. Ella estaba sentada en la primera fila, las piernas firmes cruzadas, el pelo negro tenía un punto de fiereza. Tal vez fue esa visión la que me llevó a hablar con más lentitud sobre el erotismo de ese cuento, sobre la satanización del incesto ¿Es suficiente motivo la hipotética degradación de la raza para invalidar la expresión erótica del amor a una hermana, a la madre, a la prima de la infancia…? Siempre ese sesgo cultural de mezclar la reproducción y el erotismo. No me interesan las culturas que hacen prevalecer el pragmatismo sobre la poesía, nos llenan de reglas invisibles que terminan con el legado de nuestra animalidad más verdadera y noble. Cuando dije eso, ella me miró y me pareció percibir un destello.

La busqué en el almuerzo para sentarme en la misma mesa y le pregunté que pensaba de mi exposición.
-       -  Soy todo oídos.
-       -  No he leído su cuento, pero lo voy a leer esta misma noche. Por ahora le ruego que se conforme con mi alta valoración de los provocadores ¿Qué sería de la vida sin ellos?- Nos reímos. Le pregunte qué parques habían marcado su vida, qué escribía. Recuerdo que se interesó por el taller de Israel Centeno al que yo representaba.
-       - ¿Qué mas puede decirme de su cuento?- Me preguntó cuando nos levantábamos para tomar el café para dirigirnos de nuevo a la sala.
-       - Que es autobiográfico- Vi de nuevo el destello en su mirada. Y en esta ocasión advertí un guiño perverso.
-       - Entonces está haciéndonos trampa, este es un homenaje a la ficción. Se nos ha colado en la fiesta.
-       - En todo recuerdo hay siempre una invención- le dije- un camino lateral que se desvía para añadir lo que hubiéramos querido y no fue. Por ejemplo, no tuve un caballo moro, ni mi padre me dio la escopeta. Yo mismo fingí la rabia para huir de su venganza.
-       - Aún se me abren más las ganas de leer ese cuento- dijo ella. Ya entonces  sabía que se llamaba Ekaterina Rosas y que era poetisa, seguidora de Vidaluz Meneses, la promotora del Festival Internacional de Poesía celebrado en Managua.
-       - Entonces le propongo que yo mismo se lo lea esta noche- Ella sonrió. Yo proseguí- Hay un parque entre el hotel y la Catedral. Me han dicho que van allí los gatos a mirar la luna. Eso nos asegura una compañía silenciosa y la mezcla de la elegancia con el misterio.

Y esa noche nos vimos y todo sucedió. Fue la antesala del verdadero encuentro.

Dos

Conocí a Ednodio en el certamen “Literatura de los parques”. Antes de saber quien era me había fijado en sus rasgos orientales y me imaginé que era un narrador japonés de cuentos que discurrían en jardines de cerezos. Cuando subió al estrado me sorprendí de que quien había llamado mi atención fuera el mismo hombre que había venido a secuestrar. Anoté volver a reclamar que cuando me envíen los encargos incluyan todo el material gráfico disponible, fotos, vídeos, reseñas de periódicos. Todo.


Sólo tuve que cruzar las piernas para sentir su mirada sobre mí. Esa noche me leyó uno de sus cuentos en el jardín del Hotel Darío. Él insistió en el espacio armónico e inspirador de los parques. Le manifesté un interés profundo por hablar frente al Mombacho. Para qué salir del hotel, tuve que contarle una larga historia de atracción por lo volcanes, relacionada con mi apellido materno, los Vólkova. Él aceptó mientras miraba mis argumentos firmes y redondos.

Del cuento recuerdo fogonazos de sexualidad invitadora.

-       - De pronto ¡Qué fresca se ha puesto la brisa!- dije y él rodeo mis hombros
-       - Me apena tener que partir mañana mismo- dijo- quisiera que siguiéramos hablando largas horas. Entre tu y yo hay algo más que un cuento campesino.- Yo sonreí

Fuimos a mi habitación, Ednodio me tomó en el balcón mientras yo miraba el cráter apagado del Mombacho y él afirmaba mis caderas, como si fueran las ancas de una yegua mora. Le pedí que se quedara toda la noche, no hay nada malo en mezclar el placer con el trabajo. Ya habíamos pactado desayunar juntos. Alexis Corbalán llegaría a las 9 de la mañana siguiente, fingiendo ser el chofer que tenía que llevarlo al aeropuerto Augusto Sandino. Yo fingiría querer acompañarlo para darle el último beso, la última promesa de volver a vernos.

Llegamos al comedor muy temprano, algo debió ver porque lo sentí inquieto. Se levantó al buffet y lo perdí de vista. Uno de los conserjes se acercó a la mesa con un policía y me preguntó si yo era la mujer de Ednodio Quintero. Le dije que no, que era una congresista, poetisa para más señas, no me atreví a mentir de nuevo citando a Vidaluz Meneses.

-       - ¿Dónde esté el señor Quintero? O mejor dicho, quien aparenta serlo- Preguntó el policía.

En ese momento en la puerta del comedor vi a un grupo de uniformados de camisa azul celeste. Junto a ellos un hombre japonés o de rasgos japoneses, algo mayor que Ednodio, desaliñado y nervioso. Luego supe que era el auténtico Ednodio Quintero que venía a recoger su premio y que fue interceptado por el comando de una guerrilla inexistente y tomado como rehén para ser canjeado por mártires revolucionarios. Eso le dijeron. Al día siguiente en un despiste logró escaparse y llegar a la autopista.  Ya en Granada la policía le condujo al hotel y allí se enteró que ya se había entregado el premio y que había otro Ednodio.

Cuando vi acercarse a Alexis le hice señas para que se marchara, con el índice en los labios le indiqué que no preguntara nada. Toda pregunta es un indicio, un rastro de ceniza en la selva del lenguaje.

Ni me interesa la literatura, ni los parques, de forma que me marché del hotel a los pocos minutos. Alexis fue a pagar la cuenta y tuvo que hacerse cargo de todas las bebidas alcohólicas del minibar. En su huida, Ednodio, el impostor, quiso olvidar la historia.


Tres


No es cuestión de olvidar, le dije. No es cuestión de olvidar, me dijo. La historia nunca es una, coincidimos. Fue el azar esta vez la que nos hizo coincidir en el Hotel Howard Johnson de Puerto Ordaz. Yo me llamaba entonces Irma Tabares. Yo me llamaba entonces Javier Cercas. Yo era investigadora de epidemias de la selva. Yo seguía siendo escritor. Hay cosas que no cambian, le dije. Estoy de acuerdo- le dije y puse mi mano cerca de su ingle.


Decidimos no contarnos que pretendía cada uno. Fue la única forma de vivir una noche sincera. Después vinieron otras, siempre mirando al volcán apagado de lo incierto.