Uno
“Él ensilló el caballo moro y se marchó del
pueblo, escopeta al hombro. En sus ojos no brillaba la sed de venganza, pero sí
la tristeza del nunca regresar”. Ese fue
el párrafo de uno de mi cuentos, “La venganza”, del compendio “Visiones de
Kachgar”. El relator del certamen
“Literatura de los parques” lo leyó para presentarme. Con ustedes Ednodio Quintero,
representando a Venezuela.
El calor húmedo
de Granada, la ciudad más antigua de Nicaragua, se sentía en la sala. Me llevé
el pañuelo para secarme el sudor de la frente. Ella estaba sentada en la
primera fila, las piernas firmes cruzadas, el pelo negro tenía un punto de
fiereza. Tal vez fue esa visión la que me llevó a hablar con más lentitud sobre
el erotismo de ese cuento, sobre la satanización del incesto ¿Es suficiente
motivo la hipotética degradación de la raza para invalidar la expresión erótica
del amor a una hermana, a la madre, a la prima de la infancia…? Siempre ese
sesgo cultural de mezclar la reproducción y el erotismo. No me interesan las
culturas que hacen prevalecer el pragmatismo sobre la poesía, nos llenan de
reglas invisibles que terminan con el legado de nuestra animalidad más
verdadera y noble. Cuando dije eso, ella me miró y me pareció percibir un
destello.
La busqué en el
almuerzo para sentarme en la misma mesa y le pregunté que pensaba de mi
exposición.
- - Soy todo oídos.
- - No he leído su cuento, pero lo voy a leer esta
misma noche. Por ahora le ruego que se conforme con mi alta valoración de los
provocadores ¿Qué sería de la vida sin ellos?- Nos reímos. Le pregunte qué
parques habían marcado su vida, qué escribía. Recuerdo que se interesó por el
taller de Israel Centeno al que yo representaba.
- - ¿Qué mas puede decirme de su cuento?- Me
preguntó cuando nos levantábamos para tomar el café para dirigirnos de nuevo a
la sala.
- - Que es autobiográfico- Vi de nuevo el destello
en su mirada. Y en esta ocasión advertí un guiño perverso.
- - Entonces está haciéndonos
trampa, este es un homenaje a la ficción. Se nos ha colado en la fiesta.
- - En todo recuerdo hay siempre
una invención- le dije- un camino lateral que se desvía para añadir lo que
hubiéramos querido y no fue. Por ejemplo, no tuve un caballo moro, ni mi padre
me dio la escopeta. Yo mismo fingí la rabia para huir de su venganza.
- - Aún se me abren más las ganas
de leer ese cuento- dijo ella. Ya entonces sabía que se llamaba Ekaterina Rosas y que era
poetisa, seguidora de Vidaluz Meneses, la promotora del Festival Internacional
de Poesía celebrado en Managua.
- - Entonces le propongo que yo
mismo se lo lea esta noche- Ella sonrió. Yo proseguí- Hay un parque entre el
hotel y la Catedral. Me han dicho que van allí los gatos a mirar la luna. Eso
nos asegura una compañía silenciosa y la mezcla de la elegancia con el misterio.
Y esa noche nos vimos y todo sucedió. Fue la antesala
del verdadero encuentro.
Dos
Conocí a Ednodio en el certamen
“Literatura de los parques”. Antes de saber quien era me había fijado en sus
rasgos orientales y me imaginé que era un narrador japonés de cuentos que
discurrían en jardines de cerezos. Cuando subió al estrado me sorprendí de que quien
había llamado mi atención fuera el mismo hombre que había venido a secuestrar.
Anoté volver a reclamar que cuando me envíen los encargos incluyan todo el
material gráfico disponible, fotos, vídeos, reseñas de periódicos. Todo.
Sólo tuve que cruzar las piernas para
sentir su mirada sobre mí. Esa noche me leyó uno de sus cuentos en el jardín del
Hotel Darío. Él insistió en el espacio armónico e inspirador de los parques. Le
manifesté un interés profundo por hablar frente al Mombacho. Para qué salir del
hotel, tuve que contarle una larga historia de atracción por lo volcanes,
relacionada con mi apellido materno, los Vólkova. Él aceptó mientras miraba mis
argumentos firmes y redondos.
Del cuento recuerdo fogonazos de
sexualidad invitadora.
- - De pronto ¡Qué fresca se ha
puesto la brisa!- dije y él rodeo mis hombros
- - Me apena tener que partir
mañana mismo- dijo- quisiera que siguiéramos hablando largas horas. Entre tu y yo
hay algo más que un cuento campesino.- Yo sonreí
Fuimos a mi habitación, Ednodio me tomó en
el balcón mientras yo miraba el cráter apagado del Mombacho y él afirmaba mis
caderas, como si fueran las ancas de una yegua mora. Le pedí que se quedara toda
la noche, no hay nada malo en mezclar el placer con el trabajo. Ya habíamos
pactado desayunar juntos. Alexis Corbalán llegaría a las 9 de la mañana
siguiente, fingiendo ser el chofer que tenía que llevarlo al aeropuerto Augusto
Sandino. Yo fingiría querer acompañarlo para darle el último beso, la última
promesa de volver a vernos.
Llegamos al comedor muy temprano, algo
debió ver porque lo sentí inquieto. Se levantó al buffet y lo perdí de vista.
Uno de los conserjes se acercó a la mesa con un policía y me preguntó si yo era
la mujer de Ednodio Quintero. Le dije que no, que era una congresista, poetisa
para más señas, no me atreví a mentir de nuevo citando a Vidaluz Meneses.
- - ¿Dónde esté el señor Quintero?
O mejor dicho, quien aparenta serlo- Preguntó el policía.
En ese momento en la puerta del comedor
vi a un grupo de uniformados de camisa azul celeste. Junto a ellos un hombre
japonés o de rasgos japoneses, algo mayor que Ednodio, desaliñado y nervioso.
Luego supe que era el auténtico Ednodio Quintero que venía a recoger su premio
y que fue interceptado por el comando de una guerrilla inexistente y tomado
como rehén para ser canjeado por mártires revolucionarios. Eso le dijeron. Al
día siguiente en un despiste logró escaparse y llegar a la autopista. Ya en Granada la policía le condujo al hotel
y allí se enteró que ya se había entregado el premio y que había otro Ednodio.
Cuando vi acercarse a Alexis le hice señas
para que se marchara, con el índice en los labios le indiqué que no preguntara
nada. Toda pregunta es un indicio, un rastro de ceniza en la selva del
lenguaje.
Ni me interesa la literatura, ni los
parques, de forma que me marché del hotel a los pocos minutos. Alexis fue a
pagar la cuenta y tuvo que hacerse cargo de todas las bebidas alcohólicas del
minibar. En su huida, Ednodio, el impostor, quiso olvidar la historia.
Tres
No es cuestión de olvidar, le dije. No es
cuestión de olvidar, me dijo. La historia nunca es una, coincidimos. Fue el
azar esta vez la que nos hizo coincidir en el Hotel Howard Johnson de Puerto
Ordaz. Yo me llamaba entonces Irma Tabares. Yo me llamaba entonces Javier
Cercas. Yo era investigadora de epidemias de la selva. Yo seguía siendo escritor.
Hay cosas que no cambian, le dije. Estoy de acuerdo- le dije y puse mi mano
cerca de su ingle.
Decidimos no contarnos que pretendía cada
uno. Fue la única forma de vivir una noche sincera. Después vinieron otras,
siempre mirando al volcán apagado de lo incierto.
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