No me fue fácil llegar adonde estoy. En
realidad nada me fue fácil. Ahora parece normal pasear en Semana Santa por la
calle del Rollo Viejo y que la gente sonría al cruzarse y diga Fulgencio, adiós Fulgencio, buen día Fulgencio. La misma
gente es cruel cuando eres un donnadie. Te hacen invisible o aún peor, sólo
existes cuando quieren hacerte sentir como un perro. Lo único bueno es que te
endureces, que los callos terminan siendo lo mejor que te da la vida. Lo feo se
convierte en lo bueno.
Yo nací en el campo, mi padre fue un
simple jornalero. Ser jornalero entonces no tiene nada que ver con lo que hoy
es el trabajo para cualquier mindundi.
En la escuela ocupaba el último banco, nadie a mi lado. Llevaba agujeros en la
suela de las abarcas. Eso ahora parece
del tercer mundo, pero no, pasaba en Montenegro a 100 kilómetros de aquí.
Nadie tiene que darme lecciones. Si hoy tengo poder es porque supe adaptarme y
aprendí el arte de las zancadillas y a que todos supieran que quien me la hace,
me la paga
No me fue fácil evitar las burlas y el
señalamiento con el dedo. La sensibilidad se desprecia. A los doce años lloré
por última vez arrodillado delante de la Virgen de la Misericordia. Así es que
deja de gemir como un cobarde blandengue. Ya no tengo oídos para los débiles.
Así son las cosas. Te lo habrán contado en el colegio, esto lo explicó un tal
Darwin, sólo sobreviven los fuertes, quienes sabemos pelear en esta selva.
Cuando entré en el internado era un simple mozo de la limpieza. Tenía que
limpiar la mierda que dejabais los señoritos en los váteres inmundos. Este
uniforme no me cayó del cielo.
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Entró un resplandor por la claraboya del
techo y el polvo se iluminó por el haz
de luz, como si la habitación se partiera en dos por un ángulo de partículas de
oro. A un lado Fulgencio González, al otro una sombra sentada en el rincón
oscuro.
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Podías haberte dado cuenta que ese dinero
no estaba allí por el descuido de nadie. Hay que ser más sagaz. Hay que tener
conciencia de las trampas. La inteligencia no tiene nada que ver con las
geometrías que estudiáis. Por eso no se asciende. Por eso te ponen notas en un
cuaderno estúpido que os hace creer importantes. Ahora tienes que elegir entre
la valentía de reconocer lo que hiciste y que te expulsen del internado o en pagar tu culpa. Tú decides, así es la
vida. Pregúntale si no a tu padre. Pregúntale si se acuerda de Fulgencio
González. Pregúntale si aún tiene el palo rojo.
Con el tiempo me agradecerás lo que voy a
hacer, como todos agradecemos a quienes nos hicieron saber que las letras
entran con sangre. La vida es la gran maestra. Sus métodos son siniestros desde
la cuna. ¿Quién eligió tu infancia y la mía?. Lo que vale es llegar a ser alguien
por ti mismo. Cuantos más obstáculos más vales. Este uniforme es un camino.
Mira como relucen las mangas . Tres rayas de plata. Tres años sin salir ni al
pueblo más cercano. Esto es lo que vale, que yo soy el Jefe de Bedeles de este
internado y tu un niñito ladrón de buena familia que se cree con privilegios.
Tu vas a elegir. Aún te doy esa oportunidad. Cualquier otro cabrón te daría por
culo sin más miramientos. Esos ricitos tuyos son provocadores, esos Lewis
ajustados. Ese culo de niñita. Pero puedes elegir.
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La luz bajó su intensidad, una nube tal
vez. En el rincón el adolescente guardó silencio. Al lado de la silla en la que
estaba atado, estaban la camisa y los
pantalones sobre el suelo . Algo más lejos los zapatos. Del zapato derecho
asomaban los 100 euros.
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El poder es lograr que otros hagan lo que
uno quiere. Es sólo eso. Así me enseñó tu padre. Él si que fue un buen maestro.
Gracias al odio me encaramó a la vida. Tengo una deuda eterna con sus métodos.
Decídete. Tuya es la gloria. Yo sólo soy un instrumento de tu Dios. Una palabra
tuya bastará para que me quite esta chaqueta. Para que puedas marcharte. Serán
unos minutos de entender como uno se salva. Camino de la salvación lo llamo.
Eso también lo aprendí de tu padre.
Pregúntale si se acuerda de Fulgencio
González, el hijo del jornalero Antonio. Sí dile, Fulgencio, creo que le
llamabais, la negrita o el Betis. Pregúntale al hijo de puta de tu padre. Si se acuerda de
su negrita. Pregúntale a Nietzsche si se acuerda del Betis
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El sol volvió a encender el centro de la
habitación como en los momentos en los que el primer actor se acerca al punto
medio del escenario. Fulgencio dejo caer la chaqueta de su uniforme azul marino
y cruzó la luz con unos eslips negros y unas botas sin calcetines. Ya su
excitación era evidente. En la oscuridad se escuchó un gemido
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¿Ves cómo no es para tanto? ¿Ves qué bien
se siente uno después de pagar las culpas? ¿Ves que de tal palo, tal astilla?
Pero no te creas que esto te da ningún derecho, el camino al poder es lento y
tortuoso. Ah! y olvídate de llamarme de nuevo Fulge delante de la gente, cuando haya alguien háblame de usted.
Don Fulgencio dime y sonríe. Ahora quédate con 50 euros. Yo soy buena gente,
chato. Pero hay que saber estar en lo que uno se merece. Era verdad que no
todos somos iguales. Ahora te toca a ti estar por debajo. Largo de aquí. Sonríe.