sábado, 24 de diciembre de 2016

Enemigo secreto


Estaba tan cansado que no quiso esperar a saber los resultados. Se fue a la cama con el libro de Peter Mair “Gobernando el vacío”.  De niño su madre solía decirle, no nombres la soga en casa del ahorcado. Refranes y proverbios. En la cortina del dormitorio había una polilla grande, quieta como un grabado. Se acercó con el libro y amagó el gesto de aplastarla, pero pensó en la mancha gris sobre el lino blanco y en la inutilidad del gesto. O fue el sueño oscuro y denso en sus párpados. Acercarse a diciembre ya era una proeza en este 2017 deslavazado. La desgana.

Fue a la cocina a por su vaso de agua, hizo el último intento de ver algún dato que señalara una tendencia en el televisor, pero seguían recogiendo entrevistas del final de la campaña,  no estaba dispuesto a escuchar otra vez el discurso de Carolina Canelo, le produce taquicardia la gente que habla deprisa, que no respira, que no pone comas al hablar, ni puntos y aparte, que suenan como una letanía airada. Los tiempos del colegio.

La polilla estaba en el mismo lugar, se imaginó una respiración profunda y lenta con sonido de flemas. El adiós de Débora, la última palabra.

A la tercera hoja se quedó dormido sobre la incertidumbre de un país en sombras. Soñó que caminaba
por una plaza vacía y se subía al quiosco de la música, que tomaba la batuta del suelo y se dirigía a la nada para promover una candidatura sin programa. La opción era invitarles a la esperanza sin verde. El viento entró por un costado del edificio de Correos y se levantaron del suelo pasquines con fotos de los candidatos.  El azar dejo a varios sentados en las sillas sin nadie.

Al abrir los ojos eran las 6:00  del 20 de noviembre y entraba la luz por un resquicio de la ventana. Lo primero que hizo fue comprobar que la polilla no era parte de su sueño. Estaba allí, segura de  su permanencia, indiferente. Encendió el televisor y estaban dando los resultados de las elecciones. No movió la cabeza para negarlos, pero dentro, fuera también, pero dentro, muy dentro la sangre bajó su ritmo, se espesó. De pequeño su madre solía decirle tienes sangre de horchata.

No se sabe cuando ocurre, en qué momento dejas de entender y la juventud se arruga en un cajón de la cómoda. En qué momento los proyectos se desdibujan y apenas si te cabe el futuro en el bolsillo. Decidió no ir a trabajar. Llamó a Débora, para que supieran en la oficina. Ella le dijo que tampoco pensaba ir. Lloró en la noche y tenía los ojos hinchados. Le ofreció desayunar juntos y ella simplemente colgó.

Se imaginó cuatro años por delante, pensó  en el vacío de la plaza y un leve movimiento de las alas de la polilla le hizo levantar la mirada. Se acercó y le preguntó por quien había votado. La polilla guardó silencio.  Tomó el libro de Mair y la aplastó contra la cortina, el polvo le hizo toser,  el cuerpo con las alas rotas cayó al suelo y en la cortina quedó una mancha gris. Al menos esto siguió la lógica y las leyes.


Fue a la cocina a hacerse un café amargo. En el televisor demostraban que lo que había ocurrido era previsible, es decir una mancha gris, una polilla muerta,  la posibilidad de que las cosas volvieran a ser como nunca habían sido. El setenta por ciento de abstenciones estaban en lo cierto. Y al echar las diecisiete gotas de endulzante, empezó a darle vueltas a la idea de un enemigo secreto. Siempre hay formas de no enfrentar la realidad.
Estaba tan cansado que no quiso esperar a saber los resultados. Se fue a la cama con el libro de Peter Mair “Gobernando el vacío”.  De niño su madre solía decirle, no nombres la soga en casa del ahorcado. Refranes y proverbios. En la cortina del dormitorio había una polilla grande, quieta como un grabado. Se acercó con el libro y amagó el gesto de aplastarla, pero pensó en la mancha gris sobre el lino blanco y en la inutilidad del gesto. O fue el sueño oscuro y denso en sus párpados. Acercarse a diciembre ya era una proeza en este 2017 deslavazado. La desgana.

Fue a la cocina a por su vaso de agua, hizo el último intento de ver algún dato que señalara una tendencia en el televisor, pero seguían recogiendo entrevistas del final de la campaña,  no estaba dispuesto a escuchar otra vez el discurso de Carolina Canelo, le produce taquicardia la gente que habla deprisa, que no respira, que no pone comas al hablar, ni puntos y aparte, que suenan como una letanía airada. Los tiempos del colegio.

La polilla estaba en el mismo lugar, se imaginó una respiración profunda y lenta con sonido de flemas. El adiós de Débora, la última palabra.

A la tercera hoja se quedó dormido sobre la incertidumbre de un país en sombras. Soñó que caminaba por una plaza vacía y se subía al quiosco de la música, que tomaba la batuta del suelo y se dirigía a la nada para promover una candidatura sin programa. La opción era invitarles a la esperanza sin verde. El viento entró por un costado del edificio de Correos y se levantaron del suelo pasquines con fotos de los candidatos.  El azar dejo a varios sentados en las sillas sin nadie.

Al abrir los ojos eran las 6:00  del 20 de noviembre y entraba la luz por un resquicio de la ventana. Lo primero que hizo fue comprobar que la polilla no era parte de su sueño. Estaba allí, segura de  su permanencia, indiferente. Encendió el televisor y estaban dando los resultados de las elecciones. No movió la cabeza para negarlos, pero dentro, fuera también, pero dentro, muy dentro la sangre bajó su ritmo, se espesó. De pequeño su madre solía decirle tienes sangre de horchata.

No se sabe cuando ocurre, en qué momento dejas de entender y la juventud se arruga en un cajón de la cómoda. En qué momento los proyectos se desdibujan y apenas si te cabe el futuro en el bolsillo. Decidió no ir a trabajar. Llamó a Débora, para que supieran en la oficina. Ella le dijo que tampoco pensaba ir. Lloró en la noche y tenía los ojos hinchados. Le ofreció desayunar juntos y ella simplemente colgó.

Se imaginó cuatro años por delante, pensó  en el vacío de la plaza y un leve movimiento de las alas de la polilla le hizo levantar la mirada. Se acercó y le preguntó por quien había votado. La polilla guardó silencio.  Tomó el libro de Mair y la aplastó contra la cortina, el polvo le hizo toser,  el cuerpo con las alas rotas cayó al suelo y en la cortina quedó una mancha gris. Al menos esto siguió la lógica y las leyes.


Fue a la cocina a hacerse un café amargo. En el televisor demostraban que lo que había ocurrido era previsible, es decir una mancha gris, una polilla muerta,  la posibilidad de que las cosas volvieran a ser como nunca habían sido. El setenta por ciento de abstenciones estaban en lo cierto. Y al echar las diecisiete gotas de endulzante, empezó a darle vueltas a la idea de un enemigo secreto. Siempre hay formas de no enfrentar la realidad.


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