viernes, 30 de diciembre de 2016

Hábleme de usted cuando haya alguien delante

No me fue fácil llegar adonde estoy. En realidad nada me fue fácil. Ahora parece normal pasear en Semana Santa por la calle del Rollo Viejo y que la gente sonría al cruzarse y diga Fulgencio,  adiós Fulgencio, buen día Fulgencio. La misma gente es cruel cuando eres un donnadie. Te hacen invisible o aún peor, sólo existes cuando quieren hacerte sentir como un perro. Lo único bueno es que te endureces, que los callos terminan siendo lo mejor que te da la vida. Lo feo se convierte en lo bueno.

Yo nací en el campo, mi padre fue un simple jornalero. Ser jornalero entonces no tiene nada que ver con lo que hoy es el trabajo para cualquier mindundi. En la escuela ocupaba el último banco, nadie a mi lado. Llevaba agujeros en la suela de las abarcas. Eso ahora parece  del tercer mundo, pero no, pasaba en Montenegro a 100 kilómetros de aquí. Nadie tiene que darme lecciones. Si hoy tengo poder es porque supe adaptarme y aprendí el arte de las zancadillas y a que todos supieran que quien me la hace, me la paga

No me fue fácil evitar las burlas y el señalamiento con el dedo. La sensibilidad se desprecia. A los doce años lloré por última vez arrodillado delante de la Virgen de la Misericordia. Así es que deja de gemir como un cobarde blandengue. Ya no tengo oídos para los débiles. Así son las cosas. Te lo habrán contado en el colegio, esto lo explicó un tal Darwin, sólo sobreviven los fuertes, quienes sabemos pelear en esta selva. Cuando entré en el internado era un simple mozo de la limpieza. Tenía que limpiar la mierda que dejabais los señoritos en los váteres inmundos. Este uniforme no me cayó del cielo.
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Entró un resplandor por la claraboya del techo y  el polvo se iluminó por el haz de luz, como si la habitación se partiera en dos por un ángulo de partículas de oro. A un lado Fulgencio González, al otro una sombra sentada en el rincón oscuro.

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Podías haberte dado cuenta que ese dinero no estaba allí por el descuido de nadie. Hay que ser más sagaz. Hay que tener conciencia de las trampas. La inteligencia no tiene nada que ver con las geometrías que estudiáis. Por eso no se asciende. Por eso te ponen notas en un cuaderno estúpido que os hace creer importantes. Ahora tienes que elegir entre la valentía de reconocer lo que hiciste y que te expulsen del internado  o en pagar tu culpa. Tú decides, así es la vida. Pregúntale si no a tu padre. Pregúntale si se acuerda de Fulgencio González. Pregúntale si aún tiene el palo rojo.

Con el tiempo me agradecerás lo que voy a hacer, como todos agradecemos a quienes nos hicieron saber que las letras entran con sangre. La vida es la gran maestra. Sus métodos son siniestros desde la cuna. ¿Quién eligió tu infancia y la mía?. Lo que vale es llegar a ser alguien por ti mismo. Cuantos más obstáculos más vales. Este uniforme es un camino. Mira como relucen las mangas . Tres rayas de plata. Tres años sin salir ni al pueblo más cercano. Esto es lo que vale, que yo soy el Jefe de Bedeles de este internado y tu un niñito ladrón de buena familia que se cree con privilegios. Tu vas a elegir. Aún te doy esa oportunidad. Cualquier otro cabrón te daría por culo sin más miramientos. Esos ricitos tuyos son provocadores, esos Lewis ajustados. Ese culo de niñita. Pero puedes elegir.

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La luz bajó su intensidad, una nube tal vez. En el rincón el adolescente guardó silencio. Al lado de la silla en la que estaba atado,  estaban la camisa y los pantalones sobre el suelo . Algo más lejos los zapatos. Del zapato derecho asomaban los 100 euros.

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El poder es lograr que otros hagan lo que uno quiere. Es sólo eso. Así me enseñó tu padre. Él si que fue un buen maestro. Gracias al odio me encaramó a la vida. Tengo una deuda eterna con sus métodos. Decídete. Tuya es la gloria. Yo sólo soy un instrumento de tu Dios. Una palabra tuya bastará para que me quite esta chaqueta. Para que puedas marcharte. Serán unos minutos de entender como uno se salva. Camino de la salvación lo llamo. Eso también lo aprendí de tu padre.

Pregúntale si se acuerda de Fulgencio González, el hijo del jornalero Antonio. Sí dile, Fulgencio, creo que le llamabais, la negrita o el Betis. Pregúntale al hijo de puta de tu padre. Si se acuerda de su negrita. Pregúntale a Nietzsche si se acuerda del Betis



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El sol volvió a encender el centro de la habitación como en los momentos en los que el primer actor se acerca al punto medio del escenario. Fulgencio dejo caer la chaqueta de su uniforme azul marino y cruzó la luz con unos eslips negros y unas botas sin calcetines. Ya su excitación era evidente. En la oscuridad se escuchó un gemido

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¿Ves cómo no es para tanto? ¿Ves qué bien se siente uno después de pagar las culpas? ¿Ves que de tal palo, tal astilla? Pero no te creas que esto te da ningún derecho, el camino al poder es lento y tortuoso. Ah! y olvídate de llamarme de nuevo Fulge delante de la gente, cuando haya alguien háblame de usted. Don Fulgencio dime y sonríe. Ahora quédate con 50 euros. Yo soy buena gente, chato. Pero hay que saber estar en lo que uno se merece. Era verdad que no todos somos iguales. Ahora te toca a ti estar por debajo. Largo de aquí. Sonríe.

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