La llamada de Valeria le dejó
intranquilo. No dijo nada concreto, sólo que llegaría en la madrugada al
aeropuerto para hacer una escala a Buenos Aires y que sería bueno que hablaran
un momento. Sus para qué no fueron respondidos. “Tú ven”, le dijo, “me lo
agradecerás”. A Benavente le gustó la idea, como alguna vez le gustaron sus
misterios. Esa forma imperiosa de llamar la atención. “Creo que te conviene
verme”. Ese dominio de lo vago y su forma de manejar los velos. “Y si no vas,
al menos yo sabré que lo intenté y que he hecho lo correcto”.
Le tentaba pero tenía ya programada
la entrevista a un político emergente unas horas mas tarde. Así dicen
ahora, emergente. Le carga el adjetivo, pero también sabe que hoy el mundo es
así, emergente, que casi nada es totalmente de alguna forma, de un solo tono. Pidió
un mocachino en Starbucks. No eran los mejores, pero le gustaba sentarse en el rincón
que llamaba de la facilidad. Sí, facilidad, porque le salía más rápidamente preparar sus pautas de
preguntas: ¿Y dígame, en qué momento se decidió a entrar a la política? ¿Hubo
algún detonante, algún hecho específico? Ese tipo de preguntas siempre servían
para provocar la conexión del entrevistado y traer el momento inicial, posiblemente
el único que aportaría algo de emoción humana a la entrevista.
No pudo concentrarse, le llegaba la voz
de Valeria, podía verla con la blusa jaspeada con la que se despidieron hace ya
muchos meses. “Y si no vas, al menos yo sabré que lo intenté”.
Dos mesas a la izquierda escuchó el
acento de Luis Verdaguer. Su verborrea de siempre, todo un
cansancio. Mejor ni
miraba de reojo, pero le pareció escuchar la palabra Valeria. Suele ocurrirle; a menudo después de mucho tiempo el mismo día
vuelve una palabra en forma repetida, ve dos veces a algún amigo perdido, le
preguntan por alguien que soñó y se meten por las rendijas del cerebro su
nombre, su vocabulario, su país de origen. Emergen, por seguir con la palabra
de esta tarde , de las sombras de algún lugar de la memoria. Suele preguntarse si él vive la vida o la vida le vive a él. Cuando ya no llega más allá, prefiere aceptar el recurso de la casualidad.
Volvió la cabeza y Verdaguer le guiñó un
ojo.
- - Mira que casualidad, acércate
un momento.- Le espetó casi gritando.
Benavente se acercó.
- - ¿Tú por aquí?
- - Bueno, tampoco es tan extraño,
fue un lugar muy común en otra época
- - Sí, pero hacía tiempo que te
habías perdido, querido Benavente.
- - Pero ya sabes… siempre se
vuelve…¿Qué me cuentas entonces? Me has pedido que me acerque...
- - Mira te presento a Emma y te
he llamado porque acabo de hablarle de Valeria. Justo ayer nos chateamos y me
dijo que iba a presentar un documental a
Buenos Aires, algo relacionado con las pistas falsas. Rara ella, como siempre.
- - Bueno ya no tengo mucho que
ver con Valeria.
- - Sólo te molesto porque me dijo que
vuestro problema…
- - ¿Problema?
- - Bueno o el malentendido en el
que estuvisteis metidos. Aquel rollo de la desaparición de tu manuscrito
- - Sí, si, sé a lo que te
refieres.
- - Parece que encontró una pista
verdadera. El autor no fue quien tu consideraste su amante. Conversando con
alguien en uno de esos sitios de citas en la red supo algo que me prometió
contarme.
- - Ella siempre fue maestra para
inventarse enredos. Pero está bien, para mí ya es algo olvidado, sin vuelta.
- - Me gusta oírte Benaventin.
Este es un gran tipo- dijo mirando a Emma- ¿Quieres tomarte algo con nosotros?-
dijo mirándome a mi.
- - No, como ves estoy trabajando,
tengo una urgencia para mañana.
Ya no pudo despegarse de las palabras de
Valeria, “Llego esta noche al aeropuerto, estaré tres horas”. “Ven a tomar un
café”. “Te interesará lo que voy a contarte.” “No voy a decirte nada por teléfono”.
“No tengas ningún miedo”. La veía con la blusa jaspeada, pasándose las yemas de
los dedos por las uñas pintadas, el mentón erguido con su cierta altivez. “Te
interesará lo que voy a contarte”.
“No empieces con misterios”, le había
respondido Benavente, “Ya no estoy para eso.” Frase realmente imbécil, que se
podía haber evitado, pero siempre le pasaba eso con Valeria tendía a ponerse
lejano, a jugar al desinterés. ¿Qué podía haber descubierto? Las 3.30 de la
madrugada no era una hora muy apetecible, pero el maldito Verdaguer le había
dejado metido con la noticia. Podría trabajar en una cafetería del aeropuerto.
Esperar como en su época mas bohemia. Hacer como que gastas la vida porque sí,
hacer de lo irrelevante una epopeya y esperarla.
Ya no estaba para eso, tendría que decidir si iba, pero si esa era su
opción pondría el despertador y llegaría justo a la hora en que aterrizase el
vuelo de Valeria. Al día siguiente tenía el desayuno con el joven de RD, estos
chicos inventores de un futuro nuevo y otra vez a escuchar la idea de la
reinvención y toda esa larga retahíla que cada dos generaciones regresa como
una compulsión. El alma de lo emergente de nuevo, pensó.
Hacer la pauta le llevó dos horas: 10
miserables preguntas, pero esa frase de no tengas ningún miedo le tuvo
desconcentrado. “Te interesará lo que voy a contarte”. Eso y la certeza de que
fue su amigo de toda la vida el que movió los hilos para que se pusiese en duda
la autoría de su manuscrito y luego la misteriosa desaparición. “Ven a
tomar un café conmigo”, “No te entretendré mucho” y aunque no quisiera admitirlo el deseo de besarla con todas las
ganas guardadas. El recuerdo de morder su labio inferior y verla con los ojos
cerrados.
Se acercó de nuevo al mostrador del
Starbucks y pidió ahora un Chai Latte Venti, con leche sin lactosa, sin agua y
con 6 shots de Chai, para llevarse. Le daba tiempo a pasar por la oficina y
recoger el cuaderno donde guardaba las notas de Valeria de esa época. Si se
acostaba a las 11 podría dormir hasta las 3 am y llegar al aeropuerto con el
tiempo junto para verla salir, invitarla y escucharla indiferente, dejando dormir
las fantasías. “¿Qué es lo que me va a interesar tanto? Cuéntame”. “Y sigues
viendo a… ¿Cómo se llamaba?” No encontró las nuevas llaves de la oficina, se
dio cuenta cuando ya estaba en la puerta. Mierda.
Se echó a la cama sin desnudarse y puso
el despertador. Valeria tenía unos ojos profundamente negros. No viene al caso.
Negro tiene que venir el sueño, pensó, sin darse cuenta que podría ser un
presagio.
Cuando despertó ya había luz. Miró el
despertador y seguían siendo las 11 pm. Mierda. Habían 22 mensajes de Valeria,
el último decía “Cobarde” y un emoticón rojo de ira. Recordaba haber soñado con
otro accidente de madrugada. El de aquel día del que huye: la botella vacía en
el suelo, su insulto, la bofetada. Entonces el reloj sí funcionaba. ¿Por qué se
paran los relojes cuando el miedo nos arrasa? No podía dar crédito a nada, en
el sueño se mezclaba la imagen de un matón rubio con tupé postizo, lo veía con
una pelota roja en la nariz, un Patch Adams enojado que hablaba por la CNN. Era
la mañana del 9 de noviembre del 2016, pero Benavente no sabía aún nada de la
gran resaca, ante el espejo la desolación era sólo suya y empezaba con la llamada
de Valeria. ¿Qué fue lo que detuvo a ese reloj? ¿Cuántas veces en su vida algo le ocurre para
evitar lo que no quiere enfrentar?
Empezaron a acudirle las preguntas de
siempre. De todas formas encendió el televisor. Nadie podía quitarle el derecho
a seguir equivocándose. “No tengas miedo” y allí estaban las imágenes del desastre del día y quien sabe de cuántos días.
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